Son la Justicia y la Educación, estúpidos

Egoísmo – Extracto de «El Manantial», por Ayn Rand

Posted in grandes artículos, Socialismo by anghara on junio 20, 2008

Reproduzco a continuación una conversación extraída de la novela «El Manantial» de Ayn Rand (Ed. Grito Sagrado, págs. 589-591), que tiene lugar entre Gail Wynand y Howard Roark. Y se la dedico a Prevost, a quien algo le debía sobre el egoísmo desde hacía meses y meses.

– ¡Sí! ¿Y no es esa la raíz de toda acción despreciable? No el egoísmo, sino precisamente la ausencia de ego. Míralos. El hombre que engaña y miente, pero que conserva una fachada respetable. Él se sabe deshonesto, pero los otros creen que es honesto, y saca su respeto a sí mismo de ahí, en forma parasitaria. El hombre que recibe el crédito de un logro que no es suyo. Se sabe mediocre, pero es genial a los ojos de los demás. El desventurado frustrado que profesa amor hacia el inferior y se cuelga de los menos dotados para establecer su superioridad por comparación. El hombre cuyo único objetivo es hacer dinero. Ahora bien, no veo nada de malo en querer hacer dinero. Pero el dinero es sólo un medio para un fin determinado. Si alguien lo quiere para un propósito personal, para invertirlo en su industria, para crear, para estudiar, para viajar, para gozar del lujo, resulta totalmente moral. Pero los que anteponen el dinero van mucho más allá. El lujo personal es sólo un deseo limitado. Lo que ellos quieren es ostentación: mostrar, impresionar, entretener a los demás. Son parásitos mentales. Mira los así llamados esfuerzos culturales. Un conferenciante que lanza algunos refritos tomados de la nada, que no significan nada para él ni para quienes lo escuchan; a nadie le importa, pero se sientan allí para decirles a sus amigos que han asistido a la conferencia de un famoso nombre. Todos parásitos mentales.


 
– Si yo fuera Ellsworth Toohey diría:” ¿No estás presentando una causa contra el egoísmo? ¿No están actuando todos por motivos egoístas: para sobresalir, para ser queridos, para ser admirados…?

-… para ser admirados por los demás. Al precio de su respeto por ellos mismos. En el reino de la mayor importancia, en el reino de los valores, del juicio, del espíritu, del pensamiento, ellos colocan a los demás por encima de sí mismos, tal como lo exige el altruismo. Un hombre verdaderamente egoísta no puede verse afectado por la aceptación de los demás. No la necesita.

– Creo que Toohey comprende eso. Eso es lo que le ayuda a difundir sus viciosas contradicciones: simplemente, cobardía y debilidad. Es tan fácil recurrir a los otros. Es tan difícil depender de uno mismo. Uno puede fingir virtudes para una audiencia, pero no las puede fingir ante los propios ojos. Su ego es el juez más estricto. Huyen de él. Se pasan la vida huyendo. Es más fácil donar unos miles de dólares para caridad y creerse noble, que basar el autorrespeto en parámetros íntimos de logro personal. Es fácil buscar sustitutos de la capacidad: sustitutos practicables como el amor, el encanto, la bondad, la caridad. Pero no hay sustituto para la competencia.

– Eso, precisamente, es lo mortífero de los parásitos mentales. No les interesan los hechos, las ideas, el trabajo. Sólo se interesan por la gente. No preguntan: “¿es esto cierto?”, preguntan:” ¿Es esto lo que los demás creen que es cierto?”. No juzgan, repiten. No hacen, dan la impresión de que hacen. No crean, aparentan. No tienen habilidad, sino amistades. No tienen méritos, sino influencias. ¿Qué le sucedería al mundo sin aquellos que hacen, piensan y producen? Esos son los egoístas. Tú no piensas mediante el cerebro de otro ni trabajas a través de las manos de otro. Cuando se suspende la facultad del juicio independiente, se suspende la conciencia. Detener la conciencia es detener la vida. Los parásitos mentales no tienen sentido de la realidad. Su realidad no está en su interior, sino en esa parte que separa a un cuerpo humano de otro. No como una entidad, sino como una relación anclada en nada. Esta es la vacuidad que no podía entender en la gente. Eso es lo que me detiene siempre que tengo que enfrentar a un consejo directivo. Hombres sin ego. Opinión sin proceso racional. Movimiento sin freno ni motor. Poder sin responsabilidad. El parásito mental actúa, pero la fuente de sus acciones está esparcida sobre cada persona viviente. Está en todas partes y en ninguna, y no se puede razonar con él. No está abierto a la razón. No se le puede hablar, y él no puede oír. Se es procesado por un tribunal ausente. Una masa que ataca a ciegas, para estrellarse contra uno sin sentido ni propósito. Steven Mallory no podía definir a ese monstruo, pero sabía. Esa es la bestia babeante que él teme. El parásito mental.

– Creo que tus parásitos mentales comprenden eso, por mucho que intenten no admitirlo. Fíjate cómo aceptan cualquier cosa, menos a una persona que se sostenga sola. La reconocen en seguida. Por instinto. Albergan un odio especial, insidioso hacia ella. Perdonan a los criminales. Admiran a los dictadores. El crimen y la violencia forman un nudo. Una forma de dependencia mutua. Necesitan nudos. Tienen que imponer sus pequeñas personalidades miserables sobre cada persona que encuentran. El independiente los hiere porque ellos no existen en él y esa es la única forma de existencia que conocen. Fíjate en el resentimiento maligno que hay contra cualquier idea que propugne la independencia. Fíjate en la malicia hacia el hombre independiente. Mira hacia atrás, en tu propia vida, Howard, y a la gente que has conocido. Ellos saben. Tienen miedo. Eres un reproche para ellos.

– Eso es porque siempre les queda algún vestigio de dignidad. Siguen siendo seres humanos. Pero se les ha enseñado a buscarse a sí mismos en los demás. Sin embargo, nadie puede alcanzar la humildad absoluta, que supone que no necesitaría de ninguna forma de autoestima. No sobreviviría. De manera que después de haber sido educados durante siglos con la doctrina de que el altruismo es el mayor ideal, los hombres lo han aceptado de la única manera que podía ser aceptado: buscando autoestima a través de los otros. Viviendo como parásitos mentales. Y esto abrió paso a toda clase de horrores. Ha llegado a convertirse en una terrible forma de egoísmo que un verdadero egoísta no podría haber imaginado. Y ahora, para curar a un mundo que perece por altruismo, se nos pide que destruyamos al ego. Escucha lo que se predica hoy por hoy. Mira a quienes nos rodean. Te has preguntado por qué sufren, por qué buscan la felicidad y nunca la encuentran. Si cualquiera se detiene a preguntarse si alguna vez ha tenido un deseo verdaderamente personal, encontraría la respuesta. Advertiría que todos sus deseos, sus esfuerzos, sus sueños o ambiciones son motivados por otros. Ni siquiera está luchando por riqueza material, sino por ese engaño parasitario: el prestigio. Un sello de aprobación, que no es el suyo. No puede encontrar la felicidad en la lucha, ni cuando tiene éxito. De nada puede decir:”Esto es lo que yo quería porque lo quería, no para que mis vecinos se queden boquiabiertos”. Entonces se pregunta por qué es infeliz. Toda forma de felicidad es privada. Nuestros momentos más importantes son personales, automotivados e intocables. Las cosas que son sagradas o preciosas para nosotros son las que apartamos del promiscuo compartir. Pero ahora se nos enseña a poner todo aquello que está dentro de nosotros a la luz pública y en pro del beneficio común. Buscar la felicidad en salas de reunión. Ni siquiera tenemos un nombre que designe esa cualidad a la que me refiero: la autosuficiencia del espíritu humano. Es difícil llamarla interés personal o egoísmo. Esas palabras han sido pervertidas, han pasado a significar Peter Keating. Gail, creo que el único mal cardinal que hay en la Tierra está en colocar el propio interés fundamental en los demás. Siempre exigí una cierta cualidad en la gente que me gusta. Siempre la he reconocido de inmediato, y es la única cualidad que respeto en las personas. Según ella elijo a mis amigos. Ahora sé en qué consiste. En un ego autosuficiente. Ninguna otra cosa tiene importancia.
– Me alegra que admitas que tienes amigos

– Hasta admito que los quiero. Pero no podría quererlos si fuesen mi principal razón de vida. ¿Te diste cuenta de que a Peter Keating no le queda un solo amigo? ¿Sabes por qué? Si uno no se respeta a sí mismo, mal puede tener afecto y respeto por otro.

 

 

 

 

 

2 respuestas

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  1. Alfonso said, on enero 8, 2009 at 7:40 pm

    Si señor, habría que patear a todos los Elswotrh Toohey de este mundo al fondo de un barranco lleno de zarzas ponzoñosas

  2. dennel said, on febrero 7, 2009 at 10:10 pm

    Me ha encantado el extracto. Discutibles sus ramificaciones pero no su germen. Gracias por colgarlo 🙂


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